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¿Estás en una cámara de eco?

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Los resultados electorales del pasado domingo han puesto de manifiesto un tema que lleva años siendo debatido en círculos académicos: la existencia de cámaras de eco que construimos nosotros mismos, donde solo permitimos la entrada a quienes comparten nuestras opiniones.

Aunque el término puede parecer reciente, ya hace más de 15 años comenzó a utilizarse gracias al libro Republic.com 2.0 del profesor Cass Sunstein (2007). En esta obra, Sunstein de manera premonitoria advirtió que la personalización de la información en línea nos llevaría a la creación de "cámaras de eco", espacios donde las personas se rodean de opiniones similares y evitan las discrepantes. Hace más de una década predijo que esto podría intensificar la polarización política y social. Y, efectivamente, así ha sucedido.

Sunstein alertó que la fragmentación del debate público en múltiples foros especializados y personalizados socavaría el discurso público amplio y compartido, esencial para una democracia saludable. Pero no se detuvo ahí. Hoy sabemos que Sunstein no solo diagnosticó la enfermedad de la que todos, de alguna manera, estamos contagiados, sino que también ofreció una solución: que los ciudadanos estén expuestos a una variedad de puntos de vista y participen en debates con personas que tienen opiniones diferentes.

Todo esto lo escribió en una época en la que la máxima expresión de las redes sociales eran los blogs, y lo que hoy conocemos ni siquiera se imaginaba en los dormitorios del MIT.

Los análisis del profesor Sunstein han inspirado a otros académicos y profesionales de la comunicación a observar y documentar cómo se mueve este fenómeno. Sin embargo, pocas veces se ha tenido la oportunidad de plantearlo como un tema de relevancia pública de forma que todos lo puedan entender.

Independientemente de los resultados electorales, la sorpresa entre ganadores y perdedores tiene mucho que ver con el descubrimiento del tamaño real del grupo opuesto, algo que ni unos ni otros esperaban. Este descubrimiento puede generar ansiedad y depresión, ya que el reconocimiento de vivir en una cámara de eco puede ser desconcertante y desafiante. La ruptura de la ilusión de consenso puede hacer que las personas se sientan aisladas y desconectadas, lo que afecta negativamente su salud mental.

Esto se debe a que, de alguna manera, todos tenemos nuestra propia cámara de eco muy personalizada, construida, según dicen, a nuestra imagen y semejanza. Permanecer dentro de ella puede ser lo más cómodo, pero no lo más saludable. Salir implica un esfuerzo adicional, especialmente en la vigilancia de la información que consumimos y la verificación de datos antes de compartirlos.

Y lo más difícil de todo: escuchar y comprender al otro.




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